Viene y va. Se queda, y después vuelve a desaparecer. Y ya no la encuentro, no encuentro esa cordura que me hace más cuerda.
Lo pienso y cada vez me resulta más complicado el saber dónde se esconde cuando desaparece, ¿en qué lugar se encuentra? La quiero aquí conmigo, quiero actuar de forma responsable, y no puedo. No me deja hacerlo.
La opción fácil sería abandonarme, dejar de buscarla y que pase lo que tenga que pasar sin más. Pero no puedo, me inquieta.
Mi cordura vuelve, vuelve en el momento en el que menos deseo que vuelva para decirme que aquello que estoy apunto de hacer, aquello que me ha llevado semanas decidir hacer, no está bien. Y la odio, odio mi cordura, que aparece en el momento más inoportuno que me hace crea un caos incorregible.
No aprendo a controlarla y sigue sucediendo lo mismo.
MALDITA CORDURA, EN UN MUNDO DE NO CUERDOS.
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